Estamos en el 19 de Diciembre de 2009 y
son las 19:45, hora local de Abu Dhabi. En el vestuario destinado al
equipo visitante Guardiola y su inseparable Vilanova imparten las
últimas consignas a sus jugadores. Al hacerlo, Guardiola se dirige a
todos, no solo a los titulares. Cuando dice: “cuidado con las
faltas cerca del área, que Verón tiene un guante”, clava la
mirada en Ruben Miño, el tercer portero de la plantilla, que tendría
que acudir a cálculos propios de la física cuántica para hallar la
probabilidad que tiene de dar uso práctico a las advertencias de su
técnico. Cuando les previene del peligro que acechará en el segundo
palo si el corner viene desde la derecha, no es a Puyol a quien
interpela. Mira a Messi, que en caso de producirse la amenazante
circunstancia lo estará viendo desde fuera del área, esperando que
el despeje o el pase de un compañero le permitan lanzar una de sus
imposibles galopadas. Pep los quiere a todos en tensión y quiere que
todos se sientan participes y responsables de lo que ocurra a partir
de las 20:00, hora local de Abu Dhabi.
Esta actitud del técnico no es casual.
Este trofeo es muy importante para él, pero desconfía de que sus
jugadores lo vean igual. Guardiola sabe que tiene a los mejores, pero
duda de tener a los mas motivados. El Mundial de Clubes es un torneo
unánimemente considerado menor, tanto por la estructura del torneo,
(mas parecido a un bolo de pretemporada que a una competición
seria), como por la entidad de los rivales (irrisoria salvo la
excepción sudamericana de turno).
Y lo que ha ocurrido con cierta
frecuencia es que el equipo sudamericano de turno, inferior en todo a
su rival europeo, se ha llevado el trofeo por pura motivación. Eso
teme Guardiola, que el Estudiantes de la Plata, el pincharratas,
liderado por un Verón que apura
las últimas estrofas de su canto del cisne, les arrebate este
trofeo, llevándose con él el verdadero botín: la Perfección, la
Leyenda, la Historia. Con mayúsculas. El equipo que ganó TODO lo
que se podía ganar. Eso se juega el Barça esta noche en Abu Dhabi y
su técnico es muy consciente de ello.
Tocan
en la puerta y entra Carles Naval, delegado de campo desde 1987.
Cuenta la leyenda que la noche que el Barça ganó su primera copa de
Europa, él durmió con el trofeo. “Hay que salir ya”, les dice.
Son las 19:55, hora local de Abu Dhabi, cuando los once titulares
saltan al césped del Sheik Hayed.
El
partido confirma a medias los temores de Guardiola. Los suyos no han
salido relajados, pero como preveía, Estudiantes sale
hipermotivado a hacer lo único que puede hacer dada su manifiesta
inferioridad técnica: esfuerzo brutal para impedir que los
azulgranas trencen su juego asociativo y centros en largo a sus
delanteros desde donde sea, confiando en que se produzca el
desajuste.
El
desajuste se produce en el minuto 36. Enzo Perez centra desde 40
metros pegado a la banda izquierda, el balón describe una hermosa
parábola hacia el área blaugrana, y Boselli se cuela entre Puyol y
Abidal para conectar un cabezazo perfecto que Valdés llega a tocar
sin evitar que se introduzca en su portería. Contrariedad en el
gesto de los jugadores, que no se han sentido cómodos en todo el
primer tiempo, pero que no esperaban verse por debajo en el marcador.
El partido llega con el 1-0 al descanso.
Ya en
la reanudación, se hace evidente que Estudiantes flaquea. Su
esfuerzo en la primera parte ha sido tremendo y parece claro que ya
no está para tender emboscadas por todo el campo cortando lineas de
pase. Toca cavar una trinchera al borde de su área y apretar los
dientes. La resistencia da paso a la supervivencia. Por su parte, el
Barça, liberado de la asfixiante presión de Estudiantes empieza a
encontrar buenas sensaciones, tan esquivas en la primera parte. Se
sacude la perplejidad de ver como un equipo con el sobrenombre
pincharratas conseguía
ponerlos en dificultades, lo que ni de lejos habían conseguido Real
Madrid, Bayern de Munich o Manchester United, y acampa delante del
área rival.
El
cerco sobre la portería de Albil es total. Una tras otra, las
acometidas conmueven la muralla humana plantada entre el portero
argentino y el enemigo invasor. Pero el conjunto azulgrana no atina.
La segunda parte se convierte en una exhibición de mala puntería, y
el Barcelona empieza a buscar atajos, sabedor de que el tiempo se
agota.
Así
llegamos a las 21:41, hora local de Abu Dhabi, dónde por improbable
que parezca, Xavi Hernandez tiene el balón y no sabe qué hacer con
él. Busca
indicios de desmarque en sus compañeros, un cuadrante del área
adonde enviar la pelota a la velocidad adecuada en el momento exacto,
una incorporación que permita un centro ventajoso. No ve nada. Y como
no ve nada, a las 21:42, hora local de ya saben dónde, Xavi
Hernandez la rifa y mete un centro tibio al área de
Estudiantes, donde solo hay defensas pincharratas esperándolo.
A
partir de este momento, se suceden una serie de improbables
acontecimientos que tendrán como consecuencia final mas destacada el
empate del Barcelona: a medio camino de su incierto destino, el
centro es interceptado por la cabeza de Verón, como queriéndole
recordar al 6 del Barça que no es propio de él rifar un balón así
y que esto es lo qué pasa cuando uno se traiciona. El balón
interceptado se eleva sobre el área grande de Estudiantes, donde
Piqué a la desesperada disputa y gana el balón por alto, enviándolo
a un sector del área donde contra todo pronóstico no hay
argentinos, y por el que aparece desafiando cualquier precedente un
compañero de Piqué libre para rematar a placer.
Gol de
Pedro y a la prórroga.
Y es
justo antes de empezar la prórroga, donde tiene lugar la anécdota
que justifica este largo y espero que no demasiado aburrido
recordatorio. Con los once que siguen jugando tendidos en el césped,
recibiendo los ánimos de sus compañeros y los cuidados de los
fisios, Guardiola les da una serie de consejos mas bien banales, de
los que no necesitan por obvios, “atentos”, “seguimos igual”,
etc. Relleno. Pero como último mensaje les deja esto:
“Si
perdéis, seguiréis siendo los mejores. Pero si ganáis seréis
eternos.”
Eternos.
De eso se trataba aquello. El Mundial de Clubes nunca fue un fin, era
un medio. Un billete a la eternidad que venía envuelto en forma de
trofeo sin importancia, como si el destino jugase a engañar a los
necios que se dejan deslumbrar por el brillo de lo opulento,
despreciando las victorias mas modestas, ignorando que sin éstas ni
hay gloria, ni leyenda, ni eternidad.
Viene
todo esto a que detecto una creciente tendencia entre la afición
culé a dar la Liga por amortizada. Una especie de “no importa que
el Madrid gane la Liga, mientras nosotros ganemos la Champions”. Se
les pedirá que la peleen, pero si la pierden, no será un drama.
Discrepo.
Para mí si será una grandísima decepción perder cualquier trofeo
contra un equipo al que repetidas veces hemos demostrado nuestra
superioridad. Lo fue en la pasada Copa del Rey y lo será en mayor
medida si sucede en esta Liga. Este Madrid no es nunca, bajo ninguna
circunstancia, superior al Barça en ningún aspecto futbolístico.
Sobradamente demostrado ha quedado en los enfrentamientos directos.
Pensar que no tiene importancia que el Madrid nos gane una Liga es la
peor forma de pensamiento débil y espero que esta forma de pensar no llegue a contaminar el vestuario.
Todo
el mundo sabe que somos los mejores, pero lo que queremos es ser
eternos.
susobao